miércoles, 10 de febrero de 2010

Almendro Dentro.


Almendro Dentro.
Aritméticas fracasadas como blasones apócrifos
que el otoño pone ante mis ojos:
la infancia,
ardid de una quimera incierta.


Igual que la semilla nacida a destiempo en la sonrisa
me adelanté al nacimiento
como se adelanta la flor al candil de la primavera.

Nació tal vez en algún sueño
mi eterno compañero

Nació en el pueblo del pozo abajo
donde se retorna al abrigo del “nomeolvides”
que el perfume del almendro propaga
y a los senderos de la dicha en la infancia.

En la infancia,
perseguía mariposas somnolientas
y prefería
esconderme tras la espalda de los lirios
en las livianas noches donde el Duero
murmuraba palabras quietas develándome
un aroma a naranjos y a chiquillas en las sombras.

En la sombra del almendro,
allá por donde la jara
olvidó ser hierro de lanza,
caminaba mi cuerpo de niño.
Mis pasos eran de agua cristalina.
¿Habré cruzado el río?
o ¿una calle larga como los sueños
que de la primavera atrapan la amargura del almendro?
¿Seguirá soñando el niño los caminos?

Han pasado tantos años, tantos…
La vida cae por un finísimo hilo
derramado en la uña de anteayer,
tan dura la corteza de su fruto
tan lejana la primera flor.
Ahora ese niño existe
en el hombre que habla.

¡Yo que soy viejo y he vivido …!
me pregunto, compañero,
¿Por qué mi cuerpo torcido
y el tronco del almendro cuando lo miro
son parecidos al arbolito de Philip?
¿Por qué caemos en el encuentro con las plagas
y ni las hijas ni las hojas nos crecen
en está lepra eterna que nos va gastando?

Las pausas, el viento
y las rocas poseen el mismo rostro.
Esta estúpida sonrisa me acompaña,
estos recuerdos, esta piedra.
Este almendro viejo…
se queda mudo, mas se queda.

¡Yo que soy viejo y he vivido …!
me pregunto, compañero,
¿Por qué estoy llorando si he sido tan feliz?
He cantado a tus ramas y a tus hojas,
he descrito los olores de tu flor y de tu fruto,
he llorado los mares de tierra
que cubren la isla blanca los febreros
y cada una de las blancasrosas flores de tu sexo
me han producido una soledad extrema
como de siglos ácidos, de almendra en la boca.

¡Qué nunca hubiera pensado
ser el abono de tu última cosecha!
Tus brazos de gigante son bruma
dueños del letargo en el aliento,
a la sombra del almendro,
del hermano,
obedezco las leyes naturales.


Manuel Menassa de Lucia